jueves, 5 de marzo de 2009

La era del pez.

Es increíble lo que podía llegar a pensar la gente en esa época. Es increíble los pensamientos absurdos que podían llegar a tener. Que eran como loros que repetían todo lo que pasaban por la radio del estado, todos con pensamientos hipócritas. Por suerte, habían personas que no pensaban igual. :) Creo que esta novela es una metáfora pura de la sociedad de aquellos años. De verdad, un muy buen libro. Todo esto es sólo una opiñón mía, nada más.

(...) -Has dicho en tu composición -lo amonesté-, que nosotros, los pueblos blancos, estamos mucho más adelantados que los negros desde el punto de vista de la civilización y la cultura, y tienes mucha razón. Pero no deberías haber agregado que poco importa que los negros vivan o mueran. Ellos también son seres humanos, ¿sabes?
Me miró un momento fijamente, y una expresión hostil cruzó como una sombra por su rostro. ¿O acaso me equivoqué? Cogió su cuaderno, saludó muy correctamente con una inclinación de cabeza y volvió a su pupitre.
No tardaría en descubrir que no me había equivocado.
Porque el padre de N se presentó al día siguiente, ni más ni menos, durante mi hora de padres...
El padre de N estaba frente a mí. Sus modales eran muy aplomados y me miraba fijamente a los ojos.
-Soy el padre de Otto N -dijo, para empezar.
-Me siento muy complacido de conocerlo, señor N -respondí con una reverencia. Lo invité a sentarse, pero no accedió.
-Lo que me trae aquí -prosiguió-, es un hecho bastante serio. Un hecho que muy bien podría tener graves consecuencias. Mi hijo Otto me informó ayer por la tarde, muy indignado, que usted, su profesor, había hecho un comentario abominable...
-¿Yo?
-¡Usted, señor!
-¿Cuándo?
-Durante la clase de geografía de ayer. Sus alumnos escribieron una composición sobre la cuestión colonial, y usted le dijo a mi Otto: "Los negros también son seres humanos". ¿Me entiende?
-No.
Era cierto: no le entendía. Me escudriñó, evaluándome. Dios, qué estúpido parecía ese hombre.
-He venido aquí -continuó, con pomposo énfasis-, porque desde mi más temprana edad me he batido por lo que es justo. Y ahora le formulo esta pregunta: ¿usted enunció o no esa aborrecible idea suya sobre el problema de los negros, en esa clase y en esas circunstancias?
-Sí, lo hice -respondí, con una sonrisa que no pude contener-. Su presencia aquí, de lo contrario...
-Por favor -me interrumpió tajantemente-. No estoy de humor para bromas. Usted no sabe aún lo que significa expresar semejante sentimiento respecto a los negros. En un acto de... ¡de sabotaje contra la pátria! ¡Oh, no finja ignorarlo! Conozco demasiado bien los métodos encubiertos con los que trata de socavar las almas de estos niños inocentes, y sé como los infecta con la baba ponzoñoza de su humanitarismo.
Ésta fue la gota que hizo desbordar el vaso.
-Lo siento -exclamé-. Lo dice la Biblia... que todos nosotros, todos los hombres, somos humanos.
-No puede tomar la Biblia al pie de la letra... Debe interpretarla metafóricamente, u olvidarse de ella. Me ocuparé de que usted no insista en sus disertaciones sobre el amor de Dios.
-No será necesario -mascullé, señalándole la puerta. Casi lo estaba echando.
-¡Volveremos a encontrarnos en Philippi! -me gritó, mientras desaparecía.
Dos días más tarde yo estaba en Philippi.

El director me había convocado.
-Quiero comunicarle -manifestó-, que ayer recibí una carta de las autoridades. Un pastelero llamado N, según creo, ha presentado una denuncia contra usted. Aparentemente usted expresó determinadas opiniones. Ahora bien, yo estoy totalmente al corriente, y sé cómo se formulan esas denuncias... no es necesario que me dé explicaciones. Pero, estimado colega, es mi obligación advertirle que no debe volver a ocurrir algo por el estilo. Olvida el memorándum confidencial que hicieron circular: ¡el número 5.679, párrafo 33! Se supone que debemos preservar a los jóvenes de todo aquello que no educa sus mentes, de un modo u otro, para la guerra. Lo cual significa, en términos morales, que hemos de prepararlos para que se conviertan en soldados. Ni más ni menos.
Miré al director. Sonreía. Como si hubiera adivinado mis pensamientos. Después se levantó y se paseó por la habitación. Una bella figura de anciano.
-Es posible -exclamó súbitamente- que le asombre oírme tocar los clarines marciales. Y es lógico que así sea. ¿Qué clase de hombre es éste?, se preguntará. Hace apenas pocos años apoyaba con vehemencia la propaganda pacifista... ¿Y ahora? Ahora se pronuncia fervientemente en favor de la matanza.
-Sé que lo hace sólo porque lo obligan a ello -murmuré, para tranquilizarlo.
Irguió las orejas, se detuvo frente a mí y me escudriñó con ojos penetrantes.
-Joven -sentenció solemnemente-, hay algo de lo que quiero que esté seguro: no me coaccionan. Podría, sí, podría sublevarme contra el espíritu de la época, y hacerme enviar a la cárcel mediante la intervención de nuestro digno pastelero. Podría renunciar a este cargo, pero no pienso hacerlo... no lo haré. Quiero llegar al límite de edad y cobrar mi pensión completa.
Exelente, pensé.
-Juzgará que soy un cínico -continuó, y ahora su tono era absolutamente paternal-. Todos nosotros, los que deseábamos algo mejor para la humanidad, y luchábamos por ello, habíamos olvidado un elemento: la época en que vivimos. Estimado colega, quien ha visto tanto como yo, poco a poco va tomando conciencia de la realidad.
Eso está bien para usted, pensé, que vivió a tiempo para ver aquél apogeo de preguerra. Pero, ¿y yo? Fue en el último año de la guerra cuando amé por primera vez... no sé qué, con exactitud.
El director asintió tristemente con la cabeza antes de continuar.
-Vivimos en un mundo plebeyo. Piense en la Roma de antaño, la Roma del año 287 antes de Cristo. La pugna entre los patricios y los plebeyos aún no se había resuelto, pero los plebeyos ya ocupaban los cargo más importantes del Estado.
-Discúlpeme, señor - aventuré-, pero hasta donde yo sé, aquí ningún plebeyo pobre empuña las riendas del poder. El gran factor de poder, el único, es el oro.
Sus ojos volvieron a posarse sobre los míos y esbozó una sonrisa astuta.
-Sí, ¡pero no puedo ponerle una buena calificación en historia, aunque sea historiador! Ha olvidado que también había plebeyos ricos. ¿Ahora lo recuerda?
Lo recordaba. ¡Por supuesto! Los plebeyos ricos que habían abandonado al pueblo y que, junto con los patricios ya decadentes, habían organizado la nueva nobleza del poder: los llamados Óptimos.
-No olvide eso.
-No lo olvidaré. (...)


"La era del pez", de Ödon Von Horváth. 1939

martes, 3 de marzo de 2009

Ok, como que dejé demasiado abandonado el blog.. Sinceramente, no soy muy buena con todo esto de escribir desde mi pensamiento; sólo copio y pego letras de canciones con las cuales podría llegar a indentificarme, pero nada más.. Si bien me encantaría tener esa habilidad para escribir todos mis pensamientos, se ve que mi mente no puede hacerlo todavía. Jajajajajajajaja. Tendría que ir provando aunque sería muy mala con todo esto.. Por lo pronto, voy seguir como hasta ahora.
Un beso.

lunes, 2 de marzo de 2009

When you're around I don't know what to do.
I do not think that I can wait, to go over and to talk to you.
I do not know what I should say.

And I walk out in silence.
That's when i start to realize, what you bring to my life.
Damn this guy can make me cry!

It's so contagious, I cannot get it out of my mind.
It's so outrageous, You make me feel so high.

They all say that you're no good for me, but I'm too close to turn around.
I'll show them they don't know anything, I think I've got you figured out.

I'll give you everything, I'll treat you right.
If you just give me a chance, I can prove I'm right.